EN MEMORIA DE ANN JONES
Después del funeral, elogios de mula, rebuznos,
orejas de velamen sacudidas por el viento, feliz
tap tap de pata sorda en la clavija del grueso
pie de la tumba, las cortinas de los párpados corridas, los dientes negros,
los ojos legañosos, lagos de sal en los puños,
el estallido madrugador de la pala, espantando el sueño,
sacude al niño desolado que hiende su garganta
en la oscuridad del ataúd, desparrama hojas secas,
y rompe un hueso al sol con golpe condenatorio.
Luego del festín de la hora ahogada en lágrimas y cardos
en la habitación con un zorro embalsamado y un helecho marchito,
me quedo, a causa de esa ceremonia, solo
en sollozantes horas, con la muerta, jorobada Ann
cuyo corazón de fuente caía otrora en lodazales
alrededor de los estériles mundos de Gales y sofocaba cada sol
( aunque ésto sea para ella una monstruosa imgen ferozmente
magnificada por el elogio; su muerte fue gota destilada;
ella no me querría sumergido en el sagrado diluvio
de su famoso corazón; hubiera preferido yacer muda y profunda
y no necesitar poeta para su cuerpo quebrantado ).
Pero yo, cantor de Ann en elevado hogar, llamo a todos
los mares a sus exequias; que su virtud de leñosa lengua
hable como una boya sobre los que entonan himnos,
incline las paredes de los bosques con helechos y zorros;
que su amor cante y se balancee a través de una bóveda oscura,
y bendiga su espíritu sumiso con cuatro pájaros en cruz.
Su carne era suave como la leche, pero esta estatua camino del cielo
con su pecho salvaje y el bendito y gigante cráneo
está tallada por sí misma en una habitación con una ventana mojada
en una casa ferozmente enlutada en un año perverso.
Yo conozco sus agrietadas, ásperas y humildes manos
descansando devotamente en su calambre, su gastado
murmullo en húmeda palabra, su juicio horadado hasta el vacío,
su rostro crispado como un puño muerto en profundo dolor;
y Ann esculpida en setenta años de piedra.
Que esas manos de mármol, empapadas de nubes, ese monumental
argumento de la voz cortada, gesto y salmo,
me asalten para siempre sobre su tumba hasta
que el sofocado pulmón del zorro se crispe y grite Amor
y el helecho gentil arroje sus semillas en el negro umbral.
( Versión de Ramiro de Casabellas )
De El Movimiento Poesía Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1979.
(1) Los grandes poetas, Dylan Thomas, Centro Editor Latinoamericano,
( 1988), prólogo de Jorge Fondebrider.
jueves, 10 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario